Cuando era chico, mi padre me enseñó un juego muy divertido. Lo jugamos muchísimas veces y consumíamos el tiempo entretenidos, pensando . Más tarde, con el correr del tiempo (y el fallecimiento de mi querido viejo) , sólo lo jugué con algunas personas y amigos, pero en quien más prendió fue en Víctor Hugo (Morales). Con él también lo jugué muchísimo, en nuestros infinitos viajes en avión y en las largas esperas en hoteles, aeropuertos, durante los campeonatos del mundo o, incluso, en viajes en auto. El juego consiste en que cada participante elija cuatro de los diez dígitos posibles, sin repetir, y los anota en alguna parte. Como el orden en que estén escritos importa , no es lo mismo haber elegido
1 2 3 4 que 4 1 3 2.
Si bien los números son los mismos, la posición en la que aparecen los distingue. Digamos, para fijar las ideas, que yo elijo 1 4 2 5 y los anoto. A su vez, el otro jugador, eligió (sin que yo lo sepa, ni que él vea los míos) 0 7 2 6.
El objetivo del juego es, naturalmente, descubrir el número (o el “numerito” como lo solía llamar mi padre) que tiene el rival.
Empieza alguno de los dos (y se verá después que ser el primero se compensa con lo que puede hacer el otro) diciendo un posible número de cuatro cifras que supone tiene su rival.
Obviamente, si uno acierta con este intento, abandona el juego inmediatamente y vuela a Las Vegas y Montecarlo. Luego de comprar ambas ciudades, vuelve a su país de origen como Rey del Universo. Para eso, tiene que probar que siempre puede acertar el número que eligió el otro, sea el que sea.
Bromas aparte, uno tiene que empezar con algún número y, por eso, elige tentativamente.
Digamos que empezó mi rival, y eligió decir: 8 4 7 2
Como el número que yo elegí es el 1 4 2 5, le contesto que tiene uno bien y uno regular.
¿Cómo se entiende esto? Es que él acertó con el número 4 pero además acertó la posición del 4, porque lo ubicó en el segundo lugar. Ése es el dígito que está bien, aunque no le diga cuál es. Yo sólo respondo un “bien”.
¿Cuál es el regular ? Al decir el 8 4 7 2 también acertó con el número 2, que yo elegí entre mis dígitos, pero en este caso erró la posición. Mientras que yo tengo el número 2 ubicado en la segunda posición, mi rival lo ubicó en la cuarta.
Y ahora, me toca a mí. Repito el proceso, intentando acertar con un intento. El juego continúa hasta que uno de los dos llega a descubrir el numerito del otro. Si el que llega primero es el que empezó primero, entonces el otro participante tiene un tiro, para completar ambos la misma cantidad de intentos. En cambio, si el que llega primero es el que empezó segundo, el juego termina ahí.
El problema resulta apasionante, y ofrece una multiplicidad de alternativas para pensar. No es fácil, pero tampoco difícil, y sirve de entrenamiento mental. Lo invito a que lo pruebe.
Más pedestre, y para evitar algunas cuestiones logísticas menores: si alguien intenta con un número y no acierta con ninguno de los dígitos, la respuesta de la otra persona será: “Todos mal”. Aunque uno no lo crea en principio, es muy provechoso empezar así, aunque más no sea porque elimina de inmediato cuatro de los diez dígitos posibles que se pueden elegir.
Hay veces en que uno llega a reducir las posibilidades a dos números posibles, digamos 1 4 2 5 y 1 4 2 9, por poner un ejemplo. En este caso, con el pasar del tiempo Víctor Hugo me convenció de que si alguien llega a esa situación, debería ganar , salvo que la otra persona en el tiro que le queda acierte sin tener que optar.
Como usted advierte, las reglas las establece uno. Y en principio la Corte de La Haya no ha recibido quejas, al menos, hasta la última vez que yo chequeé, que fue en septiembre de 2006.